Si bien el día de la Purísima se celebraba en la Catedral una misa solemne sin alborotos, la procesión del 11 ha tenido consecuencias trágicas. La procesión había de ser el acto público más brillante y aparatoso. La víspera había circulado una hoja impresa en la que se invitaba a los católicos en términos violentos para asistir a la procesión, en señal de protesta contra los enemigos de la Iglesia.
En la plaza de la Catedral comenzaron los gritos de ¡viva la república! y los insultos a los que participaban en la procesión. La fuerza de la guardia civil era insuficiente y las blasfemias dieron paso a las armas de fuego.
En la calle de San Vicente hubo varios heridos, entre ellos los que serían las dos víctimas mortales de rewolver: el escribano de actuaciones Salvador Perles y el joven abogado Juan Perpiñá, secretario particular del presidente de la Diputación. El gobernador, Soler Casajuana, fue censurado por su imprevisión. La junta de señoras que había organizado las fiestas telegrafió al gobierno pidiendo el relevo del gobernador. Soler dimitió y se decidió trasladar al de Cádiz, Genaro Pérez Mozo, pero el acuerdo no se hizo público por el momento.
Lances y duelos
Mientras tanto, el diputado Blasco Ibáñez seguía manteniendo sus lances. El 29 de febrero tuvo un duelo con un teniente del cuerpo de orden público a consecuencia de los alborotos promovidos por republicanos que acudieron a las inmediaciones del Congreso.
Se enfrentaron a pistola en una quinta cerca del paseo de las Delicias. Al tercer tiro, Blasco resultó contuso por una bala que le dio en la hebilla del cinturón, circunstancia a la cual debe la vida.
Por su parte, el diputado Soriano hacía una campaña violentísima en el Parlamento contra el ministro de Gobernación, Sánchez Guerra. Dejada la cartera, aceptó un lance y el encuentro se verificó el 7 de diciembre, sin más que un ligerísimo rasguño en una pierna de Soriano.