De desgraciado puede calificarse el incendio de la Universidad, que el 12 de mayo destruyó por completo el ala recayente a la calle de Salvá. La tragedia pudo ser mayor, y las deficiencias del servicio de extinción se pusieron de manifiesto. A duras penas se pudo aislar y extinguir. Hubo clase en la Facultad de Ciencias hasta las primeras horas de la noche, y tras ellas los bedeles repasaron gabinetes, aulas y museos, sin que nada les llamase la atención.
Hacia las nueve y media varios vecinos de la calle de Salvá observaron que salían del edificio, concretamente el fuego se había inciado en el laboratorio de Química. El fuego paó a la inmediata dependencia, el Museo de Historia Natural, con lo que se apoderaba de toda aquella ala del edificio y amenazaba la de la calle de las Comedias. La gente se lanzó a la calle, temerosa de que se perdiesen todos los tesoros que se guardaban en la Universidad.
Los bomberos comenzaron sus trabajos, pero se encontraron con que les faltaba el agua y con que las mangas de riego eran deficientes. Llegó el alcalde, Vicente Alfaro, y se desataron las iras por el deficiente servicio de extinción de incendios. Pidieron los bomberos que se mandasen los tanques de limpieza para disponer de agua, pero se tropezó con la dificultad de que los encargados dijeron que sin autorización expresa del alcalde no podían sacarlos, lo que colmó la indignación de los presentes.
En la Biblioteca, más de 300 estudiantes, formando tres hileras que terminaban en el patio, salvaban los libros. En total, desaparecieron los laboratorios de Química general, análisis químicos y complementos de químicos, el Museo de Historia Natural, el Observatorio astronómico y algunas aulas. En dos horas se controló y se salvaron la Biblioteca, el Paraninfo y la capilla.