En marzo escaseaban el arroz y el aceite, no había patatas, las verduras, lo mismo que la carne, se vendían a precios muy elevados. El Gobernador autorizó que pudieran adquirirse y llevar consigo hasta diez kilos de alimentos. Se esperaba con ansiedad la llegada de mayo, en que comenzaría la siega del trigo temprano, la recolección de la patata y la llegada de la fruta.
Ante la falta de abastecimiento, el Gobierno hizo concesiones a las cartillas de tercera clase, para que pudieran obtener los artículos de primera necesidad más baratos y abundantes. La esperanza de buenas cosechas de trigo y patatas y la concesión por la República Argentina de un crecido crédito para importar trigo, calmaron, en cierta medida, las inquietudes de la población.
Las fuertes lluvias caídas en mayo perjudicaron dichas cosechas, y la escasez hizo que se se encareciera el mercado de una manera muy angustiosa para el consumidor.
La recolección de la patata fue un gran alivio, pero escaseban grandemente el arroz, el aceite, la alubia, el garvanzo y continuaba el alza de precios.
En agosto, el Gobierno declaró libre la venta de la gasolin y se aumentó la ración del pan a los consumidores de la cartilla de tercera clase.
En septiembre, nuestra primera autoridad civil ordenó el establecimiento de mesas reguladoras en los mercados para los artículos que en ellos se vendían. El objetivo era abaratar la vida, cada día más cara, aunque dio escasos resultados.
En cuanto al arroz, no faltó agua. El pantano de Alarcón habia embalsado 80 millones de metros cúbicos, su actual capacidad, y las acequias estuvieron llenas toda la campaña.